jueves, 5 de julio de 2007

Caminador de sueños


El hombre caminaba por el sueño, pero no por el propio. Caminaba por el sueño de los otros.
Pongamos que de una infancia cualquiera le llegaran unos ojos azules y una sonrisa de burla prematura. ¿Por qué? ¿Para quién? ¿Desde donde? Imposible saberlo, ni siquiera imaginarlo.
O pongamos que en una playa poco menos que desierta, un hombre y una mujer, desnudos como el cielo, hacían un amor que era exclusivo. El hombre intuyo que algún día. Pero mientras tanto contemplo el agua que de a ratos quedaba casi inmóvil. Sabia que era salada. Lo sentía en los labios, el la lengua, en la garganta. Y que estaba viva, porque los peces saltaban, para aleluya y bacanal de las gaviotas.
Nunca pensó que lo traicionaran. Y ocurrió sin embargo. Sintió que el corazón o el hígado o el estomago se le habían encogido. Se quedo con la infamia en la mano vacía, como si el tiempo lo desconociera, más aun, como si el tiempo lo cegara.
Por suerte el amor borra las traiciones, lleno los días y organizo el disfrute. Decidió entonces caminar por ese sueño ajeno se volvió propio. Y se encontró con que el paisaje había cambiado, que en el alma le habían nacido luciérnagas, claraboyas, y que las rebanadas de soledad ya no lo herían.
Recordó el alerta de Neruda "¿a dónde va el amor cuando se olvida?". Y pensó que acaso se inserta en un sueño, vaya a saber cual. Después de todo, los amores son pesadillas dulces.
Así, hora tras hora, día tras día, los pasos del hombre lo fueron acercando a la armonía final de la memoria. El espejo le devolvió canas y arrugas, ceño y orejas, ojos grises de desconcierto, pero también un halo de esperanza. Y bueno, decidió afiliarse a ese fulgor mínimo y con el se abrió paso en la maleza, convencido de ahí nos esta en futuro. Y así era.

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